Herrera fue un Maestro de la Tolerancia y su ejercicio sin pausa lo convirtió en uno de los grandes de Colombia. Esas sentencias lapidarias suyas en cuanto a la política colombiana, a su proyección exterior, al partido liberal, a la misma Universidad Libre, no son frases pronunciadas por el prurito grandilocuente que azota con frecuencia a nuestro medio, sino, por el contrario, expresiones de un espíritu de selección que reflejan su incesante trajín para asimilar los altos e insustituibles valores de la libertad, la igualdad, la fraternidad. Ese tríptico formidable que nutre universalmente y desde muy antiguo a la Orden Masónica, armada del cual ha participado en todas las gestas que han contribuido al progreso y bienestar de la humanidad.
Es, pues, ese universo mental de Herrera el que le permite concebir en 1922 la fundación de la Universidad Libre, precisamente en el marco de la Convención de su Partido, que en Ibagué quería dejar muy en claro que es con la tolerancia, entendida no como debilidad de carácter sino como verdadera fortaleza del mismo, como se logra construir la convivencia entre los colombianos y su progreso social estable. En ese mismo año se institucionalizó, también con la poderosa influencia de Herrera, la Gran Logia de Colombia con sede en Bogotá, de la cual el General fue desde entonces su Gran Patrono. No es, pues, en lo más mínimo una fortuita coincidencia la sólida fraternidad existente desde esa época entré estas dos instituciones. Los nexos entre la Libre y la Gran Logia de Colombia se han manifestado a través de la colaboración discreta pero efectiva prestada a la Universidad por muchos masones en todas las épocas.
La lista es extensa y la conforman colombianos de las más altas calidades intelectuales y morales.
Esos vínculos se preservan también en nuestros días y se fundan en los inalterables principios y valores de la masonería, que son los mismos que también nutrieron al Partido Liberal y a los que esta colectividad ha volteado siempre sus ojos para salvar el contenido social y progresista del Partido cuando quiera que parece desdibujarse en los avalares de nuestro desordenado crecimiento político.
Todos estos rasgos son los que le han permitido a la Universidad Libre ser una institución diferente y, si se quiere, única en el contexto nacional. Es también todo esto lo que ha producido el hecho evidente de que de sus aulas han egresado varias generaciones de colombianos desconservatizadas, en el mejor sentido de la palabra, dueñas de una concepción filosófica y moral muy sólidas, las cuajes han podido ofrecerle a Colombia lo mejor de sí mismas a fin de forjar un país más libre, más progresista, más justo.
Si esta ha sido su misión y su obra en estos setenta y dos años de existencia, tiene ahora la Libre, imbuida como debe de estar del principio de la Tolerancia, el deber de dar una efectiva contribución en el empeño de reconquistar el entendimiento entre los colombianos. Nuevos programas como este de conquistar una paz estable en lo que resta del actual milenio y de trabajar luego para la consolidación de esa paz en las nuevas centurias que ahora se avecinan no solo nos posicionan una vez más ante el país y ante la época, sino que habrán ciertamente de contribuir a perpetuar la unión fecunda y fraternal que en torno a los principios han mantenido durante más de siete décadas la Universidad Libre y la Gran Logia de Colombia, esas dos eximias criaturas salidas en buena hora del genio del gran General.

 

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