La muerte de nuestro colega y amigo nos ha consternado a todos los que lo conocimos y frecuentamos en sus actividades de profesor y secretario del Instituto de Posgrados de Derecho de la Universidad Libre, en Bogotá.
Lo conocí como estudiante de la Maestría de nuestra Facultad de Filosofía, donde cursaba la materia que yo impartía sobre el derecho a la paz. Desde entonces, establecimos una amistad intelectual, motivada por comunes intereses en el conocimiento histórico de Colombia. El vecindario de oficinas de los dos facilitó la fluidez dialogal.
Precisamente, Hernando estaba trabajando en su investigación de tesis sobre la Constitución de Cúcuta de 1821, que yo le dirigía. Este diciembre era el mes en que, con porfía, iba a culminar su estudio. Me decía con gracejo: “Mi dificultad más grande es lidiar con el general Santander, que no me gusta”, porque Hernando era bolivariano a raja tabla. Su ilusión era participar con lecturas innovadoras en las efemérides de la Carta de Cúcuta. Era un gran charlista que salpicaba de anécdotas los comentarios.
Su bonhomía, su don de gentes, el afecto a sus estudiantes y colegas eran apreciados en grado sumo. Por encima de todo, el amor a sus hijos, de los que hablaba con admiración, a su esposa y a su madre. A su hermana, la doctora Elizabeth, le rendía discreto homenaje en las conversaciones.
De Hernando me beneficié de sus apreciaciones sobre la vida y pasión de la Universidad Libre, al igual que de sus consejos para lidiar con desaguisados de la actividad académica.
De él, quiero decir que fue un patriota de la universidad, de su idea y realizaciones. Algo encomiable y necesario en unos tiempos en los que el idealismo por nuestra causa se diluye en los pesimismos de época.
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Ricardo Sánchez Ángel
Director del Doctorado en Derecho de la Universidad Libre